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TEXTO IRREVERENTE | EL GRAN ESTAFADOR - (¿Escuchas al pueblo cantar?/ ¿Entonando una canción de hombres enojados?/ Es la música del pueblo/ al que no volverán a esclavizar)...

“Do you hear the people sing?/ Singing a song of angry men?/ It is the music of a people/ who will not be slaves again!” (¿Escuchas al pueblo cantar?/ ¿Entonando una canción de hombres enojados?...

Por Andrés Timoteo

EL GRAN ESTAFADOR

“Do you hear the people sing?/ Singing a song of angry men?/ It is the music of a people/ who will not be slaves again!” (¿Escuchas al pueblo cantar?/ ¿Entonando una canción de hombres enojados?/ Es la música del pueblo/ al que no volverán a esclavizar).

Pero el capítulo de la insurrección parisina recreado en el filme no se trata de la Toma de la Bastilla en 1789 con la que inició la Revolución Francesa como equivocadamente muchos lo asumen.

No, la novela de Víctor Hugo y la película del 2012 están ambientadas en el levantamiento de 1832 llamado la Rebelión de Junio contra Luis Felipe I, uno de los sucesores de la monarquía reinstaurada por Napoleón Bonaparte en 1804.

La Primera República tras la Revolución Francesa apenas duró 15 años.

Luis Felipe I cayó en 1848 y se instaló la Segunda República. Carlos Luis Napoleón Bonaparte-Beauharnais ganó las elecciones, pero al terminar su mandato presidencial en 1852 se declaró emperador con el título de Su Majestad Imperial Napoleón III gobernando otros otros 18 años. En total estuvo 22 años en el poder.

En 1870 fue expulsado del trono también con un alzamiento popular y huyó a Inglaterra.

Nunca pudo regresar a suelo galo ni siquiera ‘post-mortem’ para reposar en algún mausoleo real pues es odiado por los franceses que no lo quieren ni en cadáver.

Esto a pesar de que fue el artífice del embellecimiento de la Ciudad Luz con su trazado moderno y los hermosos edificios diseñados por el arquitecto Eugène Haussmann.

A pesar de su legado monumental, en París no hay una sola estatua suya porque el pueblo lo sigue detestando siglo y medio después de su gobierno.

Razones sobran: se hizo pasar por revolucionario -lo mismo que Luis Felipe I quien se colgaba el titulo de “Rey Ciudadano” -y al concluir su cuatrienio presidencial brincó del Elíseo al Palacio las Tullerías donde se apoltronó como un monarca despótico.

Ganó las elecciones de 1848 con el lema de campaña “¡Abajo los ricos!, pero como emperador vivió en medio de un lujo insultante y se quiso adueñar del patrimonio de los franceses.

Vaya, su voracidad se retrata con un dato: al huir de Francia intentó llevarse casi toda la colección del Palacio de Louvre que ya funcionaba como museo.

Miles de millones de francos -la antigua moneda francesa- valían las obras de arte -esculturas, joyas, pinturas- que reclamaba como suyas, pero afortunadamente le impidieron tal robo.

Fue el gran estafador no solo porque se disfrazó de demócrata para alcanzar la presidencia, incumplió sus promesas de campaña, se quiso eternizar en el poder y resultó un ladrón sino porque su linaje real también fue un fraude.

En el 2014 se conoció que no era sobrino de Napoleón I.

Una prueba de ADN practicada a sus restos mortuorios confirmó que su padre biológico no fue Luis Bonaparte, hermano del emperador, y, por ende, tampoco tenía derecho de sangre sobre el trono galo, lo que enojó más a los franceses del siglo XXI.

LA CALLE ES NUESTRA

La capsula de la historia francesa viene al hilo porque a la lejanía temporal y geográfica se acopla a lo que sucede en México.

Hay un tipo en palacio nacional que se disfrazó de demócrata, se dijo luchador de izquierda, presume encabezar la “revolución sin violencia”, prometió que “por el bien de todos, primero los pobres” como aquel lema napoleónico de “¡Abajo los ricos!” y todo es un engaño.

Ahora gobierna como un autoritario, sus hijos y sus cercanos se enriquecen con el erario y él no quiere dejar el poder buscando perpetuarse a través de una candidata títere.

También pretende desmantelar las instituciones democráticas, las que hacen contrapeso a su poder como la Suprema Corte, las que lo obligan a la transparencia como el INAI y la que le permitió llegar a la presidencia como el Instituto Nacional Electoral (INE).

Mina a sus opositores y vapulea a la prensa. Napoleón III intentó disolver el parlamento porque no le gustaba que lo revisaran, persiguió a los periodistas y escritores liberales, y limitó al máximo los derechos ciudadanos.

Por eso la gente se levantó en su contra en 1870 como antes lo hizo en 1832 contra Luis Felipe I.

Entonces, la enseñanza histórica es que el pueblo que ha probado la democracia tiene el deber de echar a los malos gobernantes.

De Impedir que se eternicen en el poder, ellos mismos o a través de parientes y marionetas.

Ayer por todo México se escuchó el cántico del pueblo enojado que defiende la democracia.

La gente tiene la obligación de expulsar del poder -federal, estatal y legislativo- a los estafadores cruzando las papeletas del 2 de junio.

Le llaman “Marea rosa” a esa movilización ciudadana, pero no solo es marchar sino también votar.

Que esa marea ahogue a los traidores de la democracia.

Y como dijo el periodista Jean-Paul Marat, uno de los ideólogos de la Revolución Francesa:

“La calle ya es nuestra, solo nos falta recuperar el palacio (o sea, el gobierno)”.

*Envoyé depuis Paris, France.