La siempre leal afición auriazul abandonó Ciudad Universitaria desde el minuto 80’, resignada, rendida, como sus jugadores que cayeron 2-0 contra las Águilas en el Clásico Capitalino.
Gustavo Lema, al que han elegido como gran villano, se fue mucho antes, en tiempo de reposición de la primera mitad tras reclamar airadamente una roja a Piero Quispe.
Cuando acabó el partido, ya con muchas butacas vacías tras una entrada oficial de 38 mil 246 asistentes, hubo fans que pintaron dedo mientras los jugadores agradecían; otros tantos clamaban, molestos, el “pongan huevos”.
Para los Pumas hay derrotas amargas y luego la del América. A los auriazules les duelen las formas.
Su equipo ya pintaba como víctima tras las bajas por lesión de los centrales Nathan Silva, Lisandro Magallán y los delanteros Guillermo Martínez y Jorge Ruvalcaba.
A Lema, quien está en la cuerda floja como técnico de Pumas, no le quedó de otra que habilitar como central al contención José Caicedo y este respondió con una floja marca sobre Israel Reyes en el primer gol azulcrema, combinada con una pésima salida del portero Álex Padilla.
La roja a Quispe, rigorista tras una falta sobre Érick Sánchez, ensombreció más el panorama.
De poco sirvió la atajada de Álex Padilla en un mano a mano de Brian Rodríguez, más cuando al tercer minuto del complemento Álvaro Fidalgo puso el 2-0.
El VAR salvó a los Pumas al invalidar un gol del “Chiquito” Sánchez.
Luego el mismo jugador azulcrema voló el balón en una tan mala definición que hasta su técnico André Jardine enloqueció.
Llegó el 80’ y, con este, el éxodo de los de casa.
“Hasta luego, ¡hasta el final!”, reclamaba un aficionado de Pumas a aquellos que tiraban la toalla. “Bueno, ya es el final”, filosofó.