
Por Andrés Timoteo
YA MEDIO AÑO
El pasado lunes 13 se cumplieron seis meses de la desaparición del periodista Miguel Ángel Anaya Castillo, editor del diario digital [translate:Pánuco Online].
Nada se sabe de él y ninguna autoridad lo busca.
Lo que sí se sabe son los antecedentes: las amenazas del alcalde morenista de Pánuco, Oscar Guzmán de Paz con sus intentos de agresión a través del comandante de la policía municipal, Emmanuel Gallegos.
Los "Hombres G" -Guzmán y Gallegos" siguen impunes, el gobierno los protege.
Ya medio año sin saber de Anaya Castillo y la paquidérmica Comisión de Protección -risas- a Periodistas tampoco dice nada, mucho menos exige.
Lo paradójico es que los comisionados ahora están dedicados a atacar a los periodistas por la cobertura crítica de las inundaciones en la zona norte.
Su presidente lleva tres días desencajado y acusando de todo a los reporteros y articulistas que no se ciñen a las versiones oficiales:
"Hacen negocio de carroña, oportunistas, mercaderes del dolor, vendedores indignos, comen del sufrimiento ajeno, hacen de la tragedia moneda de cambio, periodistas sin humanidad ni brújula, mercenarios de la comunicación, chantajistas mediáticos, lucradores del caos y manipuladores emocionales".
Hasta se atragantó con tantos epítetos lanzados contra el gremio.
La reportera y conductora de Televisa Veracruz Carolina Ocampo fue su blanco más reciente por hacer lo que debe: preguntar a la gobernante en turno sobre la cancelación del seguro contra desastres naturales.
La respuesta, una sonora carcajada de la funcionaria, indignó al público.
Por haber preguntado, el tipo se le fue a la yugular.
Lo menos que le dijo fue carroñera y enviada para presionar a la gobernadora a fin de obtener convenios publicitarios "bajo amenaza de campañas mediáticas negativas".
Ocampo es chantajista y carroñera, según lo espetado por el tal Barqueiro -a petición de palacio de gobierno, sin duda-.
Es el acabose: el presidente de la comisión que debe defender al gremio atacando y difamando a los mismos periodistas con misoginia agregada porque su última embestida fue contra una reportera solo por preguntar.
¿No hay alguien que llame a cuentas al boquiflojo comisionado?
El Poder Legislativo, se supone, debe supervisar a la Ceap que ahora está convertida en un ariete contra los periodistas que no le queman incienso a la gobernante en turno y sólo cumplen con su tarea de informar.
CONTAR, CONTAR, CONTAR…
Hablando de los colegas y la cobertura de las inundaciones en el norte veracruzano, hay dos libros que son lectura obligada para los que han, están o van a cubrir hechos y lugares en calamidad.
No se trata de manuales sino colecciones de vivencias, estrategias y pistas para no perder la objetividad ni la ética en los momentos de reporteo en situaciones extremas.
Los que ya han cubierto desastres naturales y sanitarios -y vaya que el gremio jarocho lo ha hecho desde las dos pandemias, Fiebre Porcina y el Covid-19, hasta las devastaciones por lluvias duramente décadas- se identificarán con el contenido.
Uno es "Periodismo sobre desastres" (2018) de la reportera y escritora argentina Sibila Camps, una de las mujeres veteranas de Latinoamérica especializada en la cobertura de catástrofes ambientales y meteorológicas.
Durante treinta años reporteó el desastre para el diario Clarín.
El otro es "Desastres naturales en América Latina" de la periodista estadounidense June Carolyn Erlick, editora de la revista The Harvard Review of Latin America y que ha cronicado la calamidad desde 1974 en decenas de países del continente.
Un tercero, aunque más académico, es "Social amplification of risk: the media and the public"
("Amplificación social del riesgo: los medios y el público", 2001)
de los ingleses Graham Murdock y Tom Horlick-Jones, y la australiana Julia Petts.
Los tres textos tienen como esencia la recomendación para los reporteros: contar, contar y contar.
Narrar las historias de los afectados, darle voz a las víctimas, describir la hecatombe, ilustrarla con palabras y llevarla al lector/audiencia sea local o global.
Cumplir con el quehacer de la crónica periodística, pues.
NO HACER VOCERÍA
Claro, lo anterior sin obviar los informes oficiales -de los gobiernos- pero sin que estos se vuelvan la materia principal de la cobertura.
Los periodistas no son voceros institucionales, afirma Murdock.
"No son transmisores de la información oficial sino intérpretes y mediadores activos en el campo de juego que conectan con las preferencias e intereses sociales antes que con los gubernamentales", señala.
El catedrático catalán Jordi Farré en su ensayo "Comunicación de riesgo y espirales del miedo" (2004) hace eco y sostiene que los comunicadores deben dejar de hacer relaciones públicas -para los gobiernos o empresas- y de prestarse al juego del poder que busca
"sacar provecho mediatizando crisis, riesgos, incertidumbre y miedo".
"Eso resulta coyunturalmente útil a corto plazo para algunos de los actores institucionales”.
“Aunque las consecuencias, perversas a largo plazo, suponen un costoso lastre estructural que pone en peligro la legitimidad esencial de la prensa", expone.
*Envoyé depuis Paris, France.