
Por Andrés Timoteo
EL MAESTRO EN PARÍS
Fue un hombre completo, universal y adelantado a su tiempo.
Educador, filósofo, ministro, poeta, político, visionario, periodista, historiador y hasta domador de víboras empoderadas y muy peligrosas.
Es don Justo Sierra Méndez quien hoy, 13 de septiembre, cumple 113 años de haber fallecido lejos de su patria, en España.
En La Sorbonne se conserva una medalla acuñada por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) que fue llevada a París hace 77 años, en 1948, en el contexto del centenario de su natalicio.
Jean-Louis Sarrailh, entonces rector de la Universidad de París, le rindió homenaje y definió a Sierra como "ilustre maestro, amigo de Francia y de su historia, y educador universal".
Además recordó que La Sorbonne amadrinó la UNAM en 1910 cuando fue creada a impulso del literato.
Este radicó un tiempo breve en París.
Le tocó vivir el ambiente de finales de la Belle Époque, el nacimiento de la corriente Art Deco y de otros movimientos como el modernismo, impresionismo, expresionismo y el fovismo.
Ya rebasaba los sesenta años, pero no se perdió la vida nocturna de la Ciudad Luz e hizo 'tours' por cabarés famosos como el "Moulin Rouge", "Le Chat Noir" y el "Folies Bergère".
Su compañero de esas correrías fue el poeta nicaragüense Rubén Darío.
A Darío lo conocía desde México cuando en 1910 visitó México como parte de la delegación de Nicaragua invitada a conmemorar el centenario de la Independencia, pero el dictador Porfirio Díaz se negó a recibirlo.
Estaba furioso porque Darío había escrito en el periódico argentino La Nación que "un relámpago vendría sobre México y después de treinta y tres años de dominio absoluto apedrearán la casona del viejo Cesáreo que ha imperado".
Fue su profecía de la Revolución Mexicana.
Quien sí lo atendió fue Justo Sierra entonces ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes y de ahí nació su amistad.
Meses después de que estalló la Revolución ambos se reencontraron en Madrid para luego trasladarse a París donde Darío seguía como corresponsal de La Nación.
La leyenda urbana cuenta que a esos bohemios en la Ciudad Luz se sumo el poeta español Antonio Machado, aunque el cabecilla fue el nicaragüense quien ya era un alcohólico empedernido y asiduo a la opereta.
De hecho, Rubén Darío murió joven, a los 49 años, de cirrosis hepática en 1916 cuatro años después que Sierra.
A don Justo Sierra le llaman "El Maestro de América" porque a su iniciativa Porfirio Díaz creó el Ministerio Instrucción Pública y Bellas Artes antecesor de lo que hoy es la Secretaría de Educación Pública (SEP) instaurada por Álvaro Obregón en 1921.
ENCANTADOR DE SERPIENTES
A él también los mexicanos le deben el derecho a la educación pública gratuita y obligatoria en el nivel primaria pues lo propuso siendo diputado en 1881.
Y treinta años antes de que fuera creada la UNAM en 1910, Sierra ya había presentado el proyecto.
En América Latina lo consideraron un prócer académico pues su filosofía sirvió de pilar para la creación de ministerios e instituciones educativas en varias naciones.
En lo político hubo quienes lo llamaron -casi a guisa de reproche- un encantador de víboras venenosas pues fue ministro y amigo de Porfirio Díaz, y quizás el único intelectual que lo criticó sin sufrir la represión.
Nunca fue su adulador y llegó a describir su gobierno como una "dictadura social con una concentración de poder unipersonal".
Díaz lo toleró porque lo respetaba y no se atrevió a destituirlo ni a encarcelarlo ni a fusilarlo.
Por eso sus críticos lo tildaron mordazmente como "el encantador de la serpiente", entre ellos Filomeno Mata y los hermanos Ricardo y Enrique Flores Magón.
Sorteando al ofidio dictatorial, Sierra publicó aquella frase memorable: "México es un pueblo con hambre y sed que no es de pan, tiene hambre y sed de justicia".
Un siglo después, en 1994, se la copió el fallido candidato presidencial Luis Donaldo Colosio con su "veo un México con hambre y sed de justicia", aunque al priista el régimen le dio dos balazos en la cabeza luego de pronunciarla.
Vaya, su prestigio intelectual era tal que pese haber sido funcionario del porfiriato Francisco I. Madero lo nombró ministro plenipotenciario de México en España -una suerte de súper-embajador- aduciendo que para el nuevo gobierno sería "un honor que un ilustre represente al país ante el mundo".
Murió en Madrid, siendo diplomático en 1912 y sus restos se repatriaron meses más tarde.
¿EN EL ILUSTRE?
Por cierto, Justo Sierra también vivió en Veracruz.
Él nació en Campeche pero su familia se trasladó a Mérida, Yucatán, y luego al puerto de Veracruz por allá de 1860.
Ahí realizó su preparatoria y todo indica que fue en el Ilustre Instituto Veracruzano que había sido fundado una década antes, en 1853.
¿Habrá por ahí alguna boleta de calificaciones o certificado suyos?
¡Es una joya histórica a presumir!
De adolescente le tocó ver en el puerto la Segunda Invasión Francesa ordenada por Napoleón III.
Gobernaba Benito Juárez de quien escribió años después que, "no era un intelectual importante pero tenía la fuerza de la raza y el respeto político para levantar a la nación".
"No era un intelectual importante pero tenía la fuerza de la raza y el respeto político para levantar a la nación".
*Envoyé depuis Paris, France.