
DIOXINAS Y FURANOS
Por Andrés Timoteo
Durante la pandemia de Covid-19 se tuvieron que aprender nuevos términos científicos para conocer el virus y prevenir el contagio.
Pero hace décadas, en Córdoba tuvieron que hacer lo mismo cuando explotó la fábrica de pesticidas y fertilizantes Agricultura Nacional de Veracruz S.A. (Anaversa).
El 3 de mayo del 1991 allí se produjo el tercer desastre químico más grave en el mundo y el mayor de América Latina.
Hoy se cumplen 34 años de eso.
Y la alfabetización en nuevos términos médicos no fue para prevenir el estropicio humanitario y ambiental que era inminente sino para entender por qué cientos, quizás miles, de cordobeses enfermaron -y murieron- de cáncer, malformaciones congénitas -nacimientos de niños con anencefalia y espina bífida-, infertilidad, y daños hepáticos, neurológicos y cardíacos.
Los términos que tuvieron que ser aprendidos:
Uno, las dioxinas que son el resultado de cuando los químicos se mezclan y se someten a altas temperaturas -como las del incendio de aquel 3 de mayo-.
Estas son altamente tóxicas, carcinógenas y prevalecen en el ambiente hasta cien años.
Dos, los furanos, compuestos químicos muy inflamables, volátiles y carcinógenos que se usan como disolventes de resinas para producir insecticidas.
Tres y cuatro, los organoclorados y organofosforados que son pesticidas compuestos a partir de cloro y fósforo.
La diferencia es que los primeros tienen una larga bioacumulación o sea que se acumulan en los organismos vivos durante años y la de los segundos es más corta, pero ambos son igual de carcinógenos.
En Anaversa se producían dos pesticidas organoclorados: pentaclorofenol y el 2,4-D, y tres organofosforados: paratión metílico, malatión y paraquat.
Entonces, imaginen esos cinco venenos derramados, mezclados, quemados y escurridos por las calles y los drenajes hasta llegar al subsuelo, a los mantos freáticos, a los arroyos y ríos.
APOCALIPSIS QUÍMICO
¿Suena a una situación apocalíptica? Sí y lo es.
Ahora imagínense la suerte de la gente que respiró aquel humo verde que invadió 17 colonias, a la que le cayó lluvia ácida cuando llegaron la precipitaciones pluviales y la que vivía -y todavía vive- en la zona por la que se esparcieron los venenos combustionados.
Solo esbocen qué les hizo a sus cuerpos esos tóxicos de Anaversa.
Por eso fue apocalíptico lo que pasó en Córdoba cuyas secuelas ecológicas y sanitarias continúan.
Hasta la fecha no se sabe el número de fallecidos ni el total de enfermos.
Tampoco hay una proyección de los que enfermarán y morirán en los años siguientes porque no tienen atención médica y las dioxinas se diluirán por allá del 2091, dentro de casi siete décadas.
Y el desastre sanitario y ecológico en Córdoba se ha agravado con la injerencia malintencionada de los políticos que han protegido a los responsables y negado la ayuda a los damnificados.
El accidente sucedió cuando gobernaban los priistas en el municipio, el estado y el país.
El salinismo dio impunidad a los dueños de Anaversa y minimizó la tragedia.
El único que se ocupó del caso fue el gobernador Dante Delgado quien dejó un fideicomiso de 100 millones de pesos para la atención de los enfermos.
Sin embargo, en 1994 llegó a la alcaldía cordobesa el panista Tomás Ríos y se robó ese dinero en complicidad con su síndico Gerardo Buganza quien luego fue senador y candidato a la gubernatura y que, al brincar al PRI, Javier Duarte lo convirtió en secretario de Gobierno.
GUINDAS CARCINÓGENOS
Pasaron otros ediles priistas y panistas y ninguno apoyó a los enfermos.
Es más, el azul Ríos Bernal regresó al ayuntamiento en el 2013 y quiso reabrir el edificio de la exfábrica para convertirlo en un mercado pese a que es el foco de la contaminación química.
En el 2021, al arribar el morenista Juan Martínez a la alcaldía se pensó que promovería la justicia médica para los afectados pues es doctor, pero hizo lo contrario: obstaculizar la construcción de un hospital oncológico gestionado por la Asociación de Enfermos y Afectados por Anaversa que preside la exdiputada Rosalinda Huerta Rivadeneyra.
Impide que el ayuntamiento done el terreno como establece el convenio validado por el IMSS desde el 2023.
Sin duda que los guindas que se decían "la esperanza de México" resultaron tan cancerígenos como los venenos de Anaversa.
A propósito, el 23 de abril la senadora Laura Itzel Castillo, hija del legendario Heberto Castillo, organizó en la cámara alta un conversatorio sobre el caso Anaversa y propuso declarar el 3 de mayo como Día Nacional de Prevención de los Desastres Químicos.
Una de cal por tantas de arena.
Lo malo es que nada se dijo de la obstrucción del edil morenista para el hospital oncológico ni porque a ese coloquio se metió el veracruzano Manuel Huerta con la ocurrencia de que el accidente de Anaversa “lo provocó el neoliberalismo”. ¡Bu!
Ah y el motivo del rechazo al nosocomio es porque Martínez no quiere más competencia para su clínica Santa Elena ni para su otro hospital que está construyendo.
Hum, mercadear con la salud... más neoliberal imposible.
Avísenle al boquiflojo de Huerta quien, además, tampoco ha hecho algo por los afectados.
*Envoyé depuis Paris, France.