
Por el Dr. Arturo Salas González
VIEJITO
Vivimos, siempre ha sido así, en un mundo donde los seres humanos se encasillan según su nacionalidad, el color de su piel, sus creencias religiosas, su ideología, el estatus social, su orientación sexual o su edad, inclusive en su edad.
Hasta tiempos recientes, en todas las culturas se veneraba a los mayores. Los ancianos eran reconocidos y respetados, tanto en las propias familias como en la sociedad.
Hoy parecemos generalmente arrinconados, como si estorbásemos cualquiera que sea la esquina en la que nos coloquen.
Leo a Cicerón y no me queda más que aceptar su pensamiento sobre la vejez, y me acuerdo más, - por automático,- vienen a mi mente todas estas cosas, cuando al despertarme en la mañana, dirigirme al baño matutino, intentar colocarme la ropa interior con todas las dificultades para levantar las piernas, utilizando mis brazos, exclamando pujidos, y los clásicos “ayes” de dolor de manos, rodillas pidiendo asientos cercanos, muebles o a mi esposa y agradecer a Dios el haberme permitido un logro más: ¡ponerme la ropa!
Una de las etiquetas que utilizamos sin ni siquiera darnos cuenta del sesgo discriminatorio que puede conllevar, es la de viejo.
Concretamente en el mundo de las relaciones laborales se amplía el ámbito subjetivo de la etiqueta, incluyendo dentro del mismo a personas que, aun estando en plenitud de facultades, ni siquiera son tenidas en cuenta a la hora de participar en procesos selectivos de personal.
Llevamos décadas en que la franja de edad útil para el mercado laboral se acorta, siendo particularmente frustrante las posibilidades de acceso al empleo tanto de los más jóvenes como de aquellos que han alcanzado los cuarenta y tantos años.
Por otra parte, muchas empresas prejubilan a sus trabajadores en edades no ya provectas sino en plena madurez, inclusive, sin posibilidades de cobrar su jubilación porque por disposiciones gubernamentales oficiales sólo las pueden cobrar cuando cumplan 60 años o más, obligando a “aquel” a trabajar de lo que sea para mantener a su familia mientras llega su paga bien merecida y ganada.
La prejubilación no es más que un despido indemnizado, muchas veces con la prohibición de realizar otra actividad.
En suma, la muerte laboral de muchas personas que pasan a engrosar el cada vez más numeroso grupo de los inactivos.
El problema no es sólo la falta de reemplazo de mano de obra y el peligro de que el sistema de pensiones quiebre antes que después, es también el despreciar al jubilado o prejubilado por considerarlo improductivo.
En las sociedades occidentales más aún las luteranas y calvinistas que las católicas, el “ganarás el pan con el sudor de tu frente” ha sido una frase grabada a fuego en nuestra conciencia colectiva.
El trabajo es algo más que un medio de obtener los recursos necesarios para poder vivir de manera autosuficiente: el oficio de cada uno –probablemente el rol que mejor nos defina en sociedad–, y lo realizado laboralmente en la vida quizá sea lo único que nos haga merecedores de ser recordados cuando pase el tiempo.
La vejez por sí misma no supone nada más que la experiencia de haber vivido muchos años, que ya es bastante, pues todas las vidas –las más ilustres, las más humildes, las más fáciles y las más laboriosas o aparentemente injustas–, son una experiencia única de la cual se puede aprender.
Sin embargo, Cicerón quiere poner en valor las vidas realmente virtuosas, y el ejemplo que aquellos que así la han vivido pueden dar, ya en la senectud, a las generaciones más jóvenes.
Pero decía Catón: la vejez nos aleja de los placeres y nos acerca a la muerte.
Como reflexionaba Cicerón,
“nada prueban quienes afirman que la vejez no se desenvuelve en los negocios. Es como decir que el timonel no hace nada sujetando el timón, puesto que mientras él permanece sentado en popa, unos se encaraman en los mástiles, otros corren de aquí para allá, otros queman los desechos”.
“Es verdad que no hace el trabajo que hacen los jóvenes, sin embargo, el timonel hace cosas mejores y de más responsabilidad”.
“Trabajo que no se realiza con la fuerza, velocidad o con la agilidad de su cuerpo, sino con el conocimiento, la competencia y autoridad”.
“De ningún modo la vejez carece de estas cualidades, por el contrario, estas aumentan con los años”.
¿Que cree usted?