*En Washington creen que están ganando la guerra comercial. Se pone en duda la táctica de evitar sanciones reciprocas. La lectura de un ex canciller
WASHINGTON (Agencias) El presidente Donald Trump está convencido de que está ganando la guerra comercial que desató a comienzos de abril desde el jardín de las rosas de la Casa Blanca.
Así lo entendieron los funcionarios mexicanos que viajaron a Washington el pasado viernes en la misión encabezada por Marcelo Ebrard.
En todas las conversaciones apareció el dato de que en el mes de junio Estados Unidos recaudó 28.000 millones de dólares por los aranceles universales de Trump.
El magnate nunca retiró su anuncio de aranceles base del 10% y ahora el Tesoro podría tener 250.000 millones de dólares adicionales al año.
Un poco de alivio para una economía con un déficit sideral y que explica, de paso, el ritmo lento de los acuerdos bilaterales que ha firmado Washington para comerciar con otros países, hasta el momento, solo aparecen Reino Unido e Indonesia.
Esta óptica explica que la tensión arancelaria con México no irá a menos - sino al contrario - y le da sentido también al lamento de Ebrard de este lunes en una conversación en Radio Formula, donde dijo que la relación con Washington será "de tensión permanente".
Los datos de una economía estadounidense a la baja como consecuencia de los aranceles, que es una de las cartas de Ebrard en la negociación, son visibles, pero no estarían funcionando como elemento de disuasión: sube la inflación y cae el empleo por falta de personal para trabajar debido a la política migratoria.
Pero Trump sostiene el rumbo.
Una persistencia que el pasado fin de semana era analizada en la cena en honor del embajador Ronald Johnson en Polanco.
Allí un banquero español con intereses en México se preguntaba si había sido inteligente no aplicar aranceles recíprocos a Trump, una estrategia compartida por el Gobierno mexicano y por la Unión Europea.
Es entendible: al no aplicar medidas reciprocas Trump se exacerbó en su ánimo recaudatorio y, al mismo tiempo, se pulverizó la narrativa de los senadores republicanos que en abril hablaban de una batería de medias comerciales contra Estados Unidos.
Esta lógica exitista explica, además, los últimos movimientos de Trump respecto a México: las medidas contra las exportaciones de jitomate, las barreras al ganado, las sanciones del Tesoro contra bancos mexicanos y las permanentes acusaciones de inacción frente al narcotráfico.
Como suele decir el excanciller Luis Videgaray, en sus periplos por Medio Oriente, para el republicano México es un territorio donde obtener triunfos, tanto en materia comercial como de seguridad, algo que no encuentra en otras latitudes más convulsionadas.
La pulsión arancelaria de Trump no encuentra limites internos.
Su partido domina el Capitolio y la Corte Suprema opera con suma cautela respecto a la Casa Blanca, tal como explicó a profundidad este miércoles en The New York Times su acreditado en el máximo tribunal, el periodista Adam Liptak.
Esa quietud conspira contra la tesis de que la justicia podría fulminar aquellos aranceles que se apliquen sin motivaciones comerciales, como sucedió recientemente con Brasil, país con el que EU tiene superávit comercial, pero en donde Trump no acepta el drama judicial del expresidente Jair Bolsonaro.
Frente a este panorama es que Ebrard indaga en Washington sobre cuál será el futuro del acuerdo comercial de América del Norte.
La renegociación comenzaría en octubre, pero cada vez hay menos garantías de que los cuestiones que allí se acuerden no sean puestas en duda luego por nuevos aranceles impulsados desde la Casa Blanca.
Aunque la revisión del acuerdo sea satisfactoria para Trump, la agenda bilateral en materia de seguridad puede descarrilar cualquier avance.
El pasado fin de semana fue evidente: mientras Ebrard buscaba acuerdos en materia comercial, el abogado de Ovidio Guzmán, que tiene comunicación permanente con el Departamento de Justicia, acusaba a Claudia Sheinbaum de vínculos inconfesables.